viernes, 24 de septiembre de 2010

Canto x

a Aucán Wilkamán
y en alguno de mis viajes, de este exilio perpetuo, los paisajes mapuche, el otro tiempo mapuche –la hospitalidad: ¡mai mai peñi!
tantas cosas, rostros y otras huellas para volver a ver, para volver a ver, para ver la vuelta del volver a ver (los newenes del aire, del agua o del trueno, por ejemplo, transformándolo todo en los cerros y los ríos y los bosques, y transmitiendo el secreto de las fuerzas naturales),
y en que el aukin wallmapu ngulam nos asigna nuestros guías carmen pichicona, nibaldo traipe, guido waiquil, gabriela antilao, manuel santander, pablo wentelao (puelches, pewenches, williches, wanteches, lafkenches, nagches y tantos otros),

TODOS ELLOS MÁS VERDADEROS QUE NADIE

y volvemos a ver los paisajes que alguna vez conocimos en sueños: los caminos llenos de copihues (copíu o lapageria rosae), murtillas (myrtus ugni), araucarias (araucaria araucana), rosas mosqueta (muscuma rosae), zarzamoras (rubus tormentosus),
paisajes en que el verde y el blanco se conjugan con el ocre y el siena, pero también en que los solitarios árboles rinden testimonio ante tanta injusticia,
junto a las huellas de hoy y de mañana, sobre las que, a lo lejos, pasa un viejo lonko encorvado sobre un palo de boldo(peumus boldus) y el machi victor kamimillán enseña que “se puede ser como el viento, nunca más que él”
y las nubes dibujan una historia que muy pocos recuerdan (porque hasta 1900 no había división ni disputas entre hermanos, pero ahora hay reducciones que están rodeadas de colonos, corridas de cercos, compras fraudulentas, abogados y jueces winkas),
y creemos escuchar el llamado de los cuernos y de las trutrucas en medio de una suave y equívoca nostalgia:
¡MARRICHIWEU!
¡MARRICHIWEU!                                                        ¡MARRICHIWEU!

pero ya nada parece quedar de esa complicidad con la naturaleza que no sea el apagado grito de un pueblo disgregado, porque los jóvenes se han ido
y nosotros –dicen los viejos– somos apenas un montón de huesos que no tienen ni siquiera donde echarse como antaño el agua, el trueno o la vida misma
(mientras los usurpadores continúan corriendo los cercos de la vergüenza, inundando las tierras con los tranques de la mentira, pisoteando los lugares sagrados),
y el rumor de la lluvia sobre la solitaria ruca en la que estamos y el grito de los queltehues en medio del olor del pan recién hecho,
(mientras las fuerzas policiales atacan y detienen a mansalva, mandados por los ministros y los subsecretarios y los gobernadores que gobiernan a la usanza de los ciegos de brueghel),
y las voces de los peñis de hoy con los de siempre, envueltos en el ir y venir de tanta vida tratada de negar
(mientras las “leyes indígenas” no sirven para nada cuando se trata de empresarios y latifundistas con sus intendentes y sus jueces y sus policías y obispos y tinterillos),
y mientras el gusto del mate lleva una amargura que sin embargo no se detiene en la huella de unas cuantas bocas, ni de unas cuantas manos,
como tampoco en la rapidez del palín o en la imagen de unos cuantos peñis despidiéndose detrás de la lluvia (“si soy más que mi hermano, necesariamente lo subordino” –me dicen con el rostro del malhumorado)
el rostro de mis hermanos ofrenda lo que siempre se olvida:

el rumor,
el olor
y el gusto

de una vida cómplice de la diversidad

corolario:
el cuerpo de los yaganes en el cielo estrellado,

(mejor el príncipe kropotkin que el triste simio de darwin),
 el canto de los zelk’nam en los archipiélagos australes
 y el ruido de los glaciares en el eco de tu corazón.

( Cristián Vila Riquelme)
Omnis Novum Subsole (el agua del paraíso); Lom Ediciones, 2005

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